“Señora muerte que se va llevando todo lo bueno que a nosotros topa”. León de Greiff.
Pocas veces en nuestra existencia hay un hecho que verdaderamente nos conmueve. Francisco: el hombre, el humanista, el ejemplo de humildad, el transformador, el conciliador y el hombre dialéctico que fue capaz de enfrentar sus propias contradicciones y las de su Iglesia, ha muerto.
Su legado nos permite, en medio de tantas dificultades, recuperar la esperanza sobre la verdadera posibilidad de alcanzar un mundo realmente más equilibrado, con justicia, social, económica, ambiental, sin guerra y sin genocidios. En lo personal, me permitió continuar siendo el ateo de siempre, pero, eso sí, por la gracia de Dios. En su funeral se reunieron Trump y Zelenski. ¿Acordaron tal vez el fin de la guerra entre Ucrania y Rusia? ¿Estaban realmente imbuidos por el espíritu cristiano? ¿Se producirá un milagro?
Milei nada dijo, pero lucía arrepentido de su violencia verbal con el Papa. ¿Cambiará su nefasto discurso? ¿La patria del Papa recuperará la cordura?
No estuvieron presentes en las honras fúnebres ni Putin ni Netanyahu. ¿Habrán reflexionado en su soledad sobre las palabras de Francisco? ¿Reconocerán sus faltas y su responsabilidad en el genocidio de los palestinos, los ucranianos, en el dolor y la muerte causados a sus propios compatriotas? Sus acciones tan solo siembran el odio y la permanencia de una guerra interminable.
No los vi, pero seguramente estaban presentes, los protagonistas de la gran estafa de los últimos 100 días, incluidos el Banco Ambrosiano y los dueños de la información privilegiada, que se enriquecieron con los vaivenes provocados intencionalmente por la errática pero bien planeada política arancelaria del Gobierno norteamericano.
Recuerdo hoy los procesos de dolarización en varios países de América Latina, donde los ladrones se enriquecieron y ni siquiera, creo, han confesado sus pecados y tampoco han devuelto sus infames ganancias, obtenidas a costa del empobrecimiento de sus compatriotas.
¿Y la envejecida Europa, sus gobernantes habrán hecho un acto de contrición? ¿Habrán entendido que su historia implica que aún tienen deudas por pagar con la migración, con su pasado guerrero, con sus excolonias o preferirán continuar con el cerrado pensamiento que contradice su tradición, después de la Segunda Guerra Mundial, en la defensa de los derechos humanos?
Sus políticas no solo engañan a sus ciudadanos. ¿Hoy el mundo se encuentra atónito por la evolución de sus impresentables decisiones en contra de las migraciones y su respuesta al promover nuevamente el armamentismo y la destrucción?
Y, por su parte, ¿la clase política colombiana, tan católica, tan cristiana, tan creyente, en su olor a santidad, habrá reflexionado sobre su nefasto papel en lo que significa haber convertido a nuestro país en el reino de la mentira, de la agresión, de la injusticia, de los dicterios y las descalificaciones?
¿Perseverarán en su cinismo? De espaldas a la realidad de las transformaciones, ¿continuarán negando la necesidad de las reformas sociales? ¿Y, nosotros, los ciudadanos de a pie no entenderemos las enseñanzas de Francisco y seguiremos creyendo en el nefasto mensaje de confrontación y de barbarie?
Francisco, usted sigue presente. Su patrimonio es el humanismo social, entendido como el encuentro entre las religiones, los ateos, los diferentes, los excluidos. Muchos de nosotros, con usted, creemos que otro mundo es posible. Tenemos una casa común, que los mendaces y los depredadores están destruyendo. No pasarán.
Los buenos somos más. Somos los verdaderos dueños del mañana. ¿Renunciaremos a definir nuestro destino? ¿Se lo seguiremos entregando a esos pocos, pero violentos pobres hombres y mujeres que con sus odios e intereses nos están definiendo?
¿Será el fin de la larga noche, del obscurantismo? Quiero creerlo. ¿Renaceremos?