Justo cuando estaba escribiendo esta columna para pedirles a todos que hiciéramos un alto en el camino y exigiéramos que cese el macabro ‘plan pistola’ emprendido por el ‘clan del Golfo’ en contra de la policía y que ha dejado a 13 de ellos sin vida en solo una semana, se confirmó la muerte de 7 miembros del Ejército que fueron emboscados por una de las disidencias en Guaviare y asesinados a sangre fría. Otros 5 soldados perdieron la vida durante la misma semana.
Seguramente más muertes de personas vinculadas a la Fuerza Pública se estarán produciendo mientras usted lee esta columna que quedará lastimosamente desactualizada con una indeseable velocidad, porque así están matando los criminales a nuestros soldados y policías: a gran escala y sin que nadie salga a defenderlos de verdad.
Por el contrario, los delincuentes están empoderados frente a un gobierno que, lejos de resolver el problema del orden público o alcanzar acuerdos de paz que desactiven la bomba, se ha encargado de mandar constantemente mensajes llenos de impunidad y alcahuetería.
No hubo un cese del fuego –¡uno solo!– de los decretados hace más de dos años que ayudara en algo a desactivar la guerra y, por el contrario, cada uno de esos “despejes” contribuyó a un proceso de rearme y fortalecimiento territorial de estas estructuras.
Tampoco hubo avances con el Eln, que sigue matando y extorsionando como si nunca se hubieran sentado en una mesa de diálogo. Al revés. Estar ahí les dio patente de corso para seguir en lo suyo, y lo del Catatumbo o Arauca así lo demuestra. Mucho menos la herramienta de la conmoción interior ha logrado detener el avance de estas estructuras en los municipios de Norte de Santander, donde fue decretada. Nada pasó y así lo dicen los atemorizados habitantes de esa zona que siguen dependiendo de los permisos que les den los alzados en armas para movilizarse y respirar, porque los violentos son descarada autoridad en cada uno de esos sitios.
Y no, señor Presidente. No se trata de cuadros aislados. Mire nada más cómo tienen al país incendiado en el Cauca, en Nariño, en Guaviare, en el Meta, en el Valle del Cauca, en Norte de Santander, en Arauca y en Chocó.
La paz total de la que tanto se habla no es seria, no es consistente, evita la actuación del Ejército y la Policía en momentos críticos frente a los sinvergüenzas que, por su parte, golpean a mansalva, a plena luz del día y con sevicia a nuestros soldados profesionales y a los policías que le prestan su servicio a Colombia.
Verles la cara de niños a soldados como Anderson Bohórquez o Moisés Cuadros o a Juan David González o Jairo Arteaga y pensar que todos fueron acribillados en una emboscada que no les permitió ni parpadear para defenderse debería provocar una reacción contundente del Gobierno. Pero no pasará, como no ha pasado con cada uno de los ataques a los que nos están acostumbrando. Dirán que “así es la guerra”, que “por eso es que hay que insistir en la salida negociada”; se echarán una reflexión de cinco párrafos inconexos para terminar culpando a otros de la inacción propia, mientras, impotentes, los ciudadanos seguiremos viendo cómo matan a los policías y soldados que no tienen con qué defenderse y tampoco con qué defendernos.
A algunos en el Estado les importa más exacerbar los ánimos, segregar, decirle al presidente del Congreso que es un ‘h. p.’ o tirar a la basura más de 700.000 millones de pesos en una consulta, cuando bien pudieran usarse en reforzar la maltrecha seguridad y defensa.
A nuestros soldados y policías los están matando, señor Presidente. ¿Tan difícil es dar un timonazo para defenderlos y no seguirlos dejando solos? Que conste que al menos estamos dispuestos a no quedarnos callados.
JOSÉ MANUEL ACEVEDO